Viajar por Ucrania estos días no es para nada fácil. Cuando yo trabajé aquí como Jefe de Misión de 2010 a 2017 era posible volar o bien tomar alguno de los modernos trenes que circulaban a lo largo y a lo ancho de esta vasta nación.
Ahora volar es totalmente imposible y viajar por tren es difícil.
Mi viaje de esta semana desde Odesa y Mykolaiv en el sur, Dnipro en el este, hasta la capital Kyiv y nuevamente hasta el oeste a Lviv fue, por motivos de seguridad, por carretera. Me dio mucho tiempo para pensar en los miles de ucranianos que han tomado esas mismas rutas para escapar del peligro y la destrucción desde que la guerra empezó.
Millones de personas están en estado de permanente cambio, atrapadas entre el desplazamiento en su propia tierra y la separación de sus familias. Algunos deciden quedarse en Ucrania porque no pueden darse el lujo de irse y para muchos irse simplemente no es una opción.
Más de 8 millones de ucranianos han tenido que escapar de su país, otros 5,3 millones se encuentran desplazados internamente. Muchas personas han sido desplazadas en más de una ocasión. Algunos han viajado al exterior, regresado, se han establecido y se han tenido que ir otra vez a medida que las cosas iban cambiando en el frente de batalla.
Esta sensación de dislocación llega incluso a afectar a las comunidades y personas que no se han reubicado. Las comunidades han sido aplastadas, desarraigadas, separadas. El daño en lugares como Mykolaiv y en pequeñas ciudades y aldeas por las cuales pasé esta semana es como una especie de cicatriz en el paisaje y en las emociones. Mykolaiv ha sido bombardeada a diario durante 250 días. Las cañerías de agua han sufrido daños considerables. Mientras atravesamos la ciudad podernos ver cómo la gente hace fila para acceder a agua potable en puntos públicos de distribución, algunos de ellos instalados por la OIM.
Las condiciones de vida son muy difíciles tanto para los residentes locales como para las personas desplazadas internamente (IDP por su sigla en inglés). Y a pesar de eso, las personas a veces deciden quedarse. Otras están retornando. Más de 5,6 millones. Se han ido adaptando a residir en nuevas comunidades de acogida y aportan sus capacidades y experiencia al momento de reconstruir sus hogares.
Por supuesto que la reconstrucción y la reparación de todo el daño causado en medio de una guerra es todo un reto, por decirlo suavemente, pero en todos los lugares por los que pasé pude ver infraestructura nueva erigida de entre los escombros. Gran parte de esa infraestructura, tengo el orgullo y la humildad de decirlo, ha sido establecida con la ayuda de la OIM y de otras organizaciones asociadas, además de las autoridades locales, que han hecho tanto para que la llama de la esperanza no se apague.
Uno de los muchos ejemplos es la planta móvil de calefacción que hemos instalado, sobre todo el hangar de un camión de 40 toneladas que ha sido especialmente adaptado para darle calor a un hospital infantil, en donde cientos de niños y niñas – locales y desplazados- pueden recibir tratamiento ininterrumpido. Los apagones provocados por los bombardeos dejaban sin funcionamiento al sistema de calefacción y por varios días estos jóvenes pacientes padecían el intenso frío.
Tuve la suerte de escuchar testimonios de primera mano acerca de cómo estas personas lograron sobrevivir, de su resiliencia, e incluso del optimismo que albergan, tanto las personas jóvenes como los ancianos. Estas historias y la dedicación de todo nuestro personal nos han mantenido en un alto nivel de motivación y nos han permitido enfocarnos en lo que es necesario que hagamos, sobre todo facilitar la recuperación sin fomentar la dependencia
Mirando hacia atrás estoy pensando en Valeriia y su hijo, quienes tuvieron que escapar de la destrucción en Bahkmut y que ahora finalmente se encuentran en un lugar de alojamiento digno gracias a los trabajos de recuperación que la OIM realizó en un dormitorio colectivo en Dnipro.
Me mostró fotos de su hogar, que ahora está totalmente destruido, y habló melancólicamente de su huerto. Ahora cultiva algunas verduras en una caja en la ventana. De la misma manera su hijo, un estudiante diligente, sigue ahora sus lecciones con un teléfono móvil, puesto que ni siquiera tiene una laptop. Pero no se han rendido; hacen todo lo que sea necesario para tener al menos una especie de simulacro de lo que sería una vida normal.
El enfoque integrado de la OIM nos permite apoyar a las personas desplazadas y a las comunidades de acogida en diferentes niveles y brindarles acceso a una amplia gama de servicios que van desde infraestructura hasta medio para la generación de un ingreso.
Seguiremos con nuestros esfuerzos para apoyar a estas personas por el tiempo que sea necesario y de todas las maneras posibles.